martes, 22 de enero de 2008

Experiencia educativa

Mi experiencia educativa (Jennifer)

En los comienzos de mi vida académica, estudié en un colegio público, donde se impartía Primaria y Secundaria, los cursos superiores (E.S.O, Bachillerato) se daban en otro centro escolar.

Ese año, recuerdo que era uno de los pocos cursos, que yo había sentido el invierno tanto, por el frío que hacía cosa extraña, por el simple hecho de que yo vivo en el Sur.

El exterior de mi centro escolar era; con grandes columnas, de un solo color, el gris. También había dibujos infantiles pintados en las paredes cerca de los baños.

Al fondo estaba el gimnasio, por el cual se accedía mediante una escalera y a los laterales había dos canchas, donde se podía jugar tanto al football, baloncesto volley-ball...

Detrás del gimnasio y de las dos canchas, nos encontramos con el patio, donde se iba a jugar en la hora del recreo.

Por unas escaleras del gran edificio, se accedía al comedor, donde iba a comer todos los días, ya que mis padres trabajaban.

En el interior de las aulas, los pupitres estaban individualizados, cada niño/a tenía su mesa y su silla, eran de color verde de acorde con la estación del año. Pegadas a la pared, estaban las ventanas de gran tamaño y luminosidad, por ello estaban las persianas instaladas, porque si no era imposible ver la pizarra desde la parte de atrás del aula.

Las clases eran mixtas, tanto de niños como de niñas, donde se impartían clases de religión, matemáticas, lenguaje...

Recuerdo un año que tenía matemáticas con una profesora, que consiguió que nos entrara auténtico pavor el asistir a su clase, porque su método era la disciplina y el grito cuando hacíamos algún ejercicio mal.

El único castigo que se nos ponía era la expulsión del aula, lo que conllevaba a que te apuntaran en el parte. Los profesores que estaban en ese momento de guardia, te mandaban una carta directamente a tu casa, explicando lo ocurrido.

Referente a eso nunca me preocupé, yo era una niña tranquila en ese sentido, lo que si era un tanto habladora, de eso se quejaban siempre.

Cabe destacar que había toda clase de profesores, había una profesora en especial, que se llamaba Belén que nos ayudaba mucho, e incluso si había buen comportamiento por parte del alumnado, al finalizar la clase nos premiaba con golosinas, eso sí de vez en cuando.

En la sala de profesores, se respiraba tranquilidad, se veía que era el sitio en el que se tomaban un descanso.

Para finalizar, tengo que destacar mi añoranza por esos años tan maravillosos, en los que aprendí un método de estudio, que hoy me ha servido de mucho para años posteriores.
Mi experiencia educativa (Elena)
A lo largo de mi vida han transcurrido una larga lista de vivencias, unas agradables y otras no tanto. El colegio es una de las etapas más duraderas de mi vida ya que desde preescolar hasta el bachillerato he estado dentro del mismo colegio, el colegio Pureza de María de Santacruz de Tenerife. Este colegio concertado céntrico de Santacruz, está situado próximo a otros colegios,, como el hispano inglés y el colegio pero sin lugar a dudas el mío era el más especial, al ser solo para niñas, con un buen prestigio académico, conocido por su nivel alto de exigencia y por ser religioso, o al menos eso era lo que todos decían. Se situaba muy próximo a viviendas de las cuales siempre llegaban quejas de los ruidos y molestias que les causábamos inconscientemente.

Las instalaciones del centro no eran muy lujosas, pero se dotaban de buenas herramientas para la consecución de las clases. El colegio tenía dos patios centrales, uno para las niñas de primaria y otro para las de secundaria y un pequeño patio para las niñas de infantil, pero en ninguno de los casos se puede alterar el orden, es decir, cada patio era para su correspondiente nivel y nunca se podrían unir primaria con secundaria, o viceversa… Existían tres edificios en los cuales se asentaban las clases: el edificio del Sagrado Corazón de Jesús, donde estaba las alumnas de secundaria, el edificio San José para los últimos ciclos de primaria (3º, 4º, 5º) y el edificio central en el que estaban los primeros ciclos de primaria (1º, 2º, 3º) y por último, para infantil existían tres clases alrededor del patio de infantiles donde se situaban las niñas más pequeñas. Las clases eran muy parecidas a los campos de concentración, ya que en una clase no muy grande podrían agruparse más de 40 niñas y a medida que avanzaban los cursos este número se iba reduciendo. El colegio se dotaba de instalaciones tales como: un gimnasio, una portería, una secretaría, una permanencia donde las niñas esperaban ansiosas la llegada de sus padres todas las tardes, laboratorios con uso exclusivo a partir de secundaria, y todo esto se encontraba en el edificio Madre Alberta, fundadora del centro y religiosa canonizada. Todo el colegio giraba al espíritu de la Madre Alberta, alrededor de sus pensamientos, ideas, creencias, formas de vida…

El colegio religioso siempre fue mi segunda casa ya que pasaba más horas dentro de el que dentro de mi propia casa. Este colegio me encausó por la vía de la fe cristiana e intentó guiarme a través de un camino de esfuerzo, sabiduría, reflexión con uno mismo y con los demás, penitencia, y por encima de todo través de la fe. Casi todos los años cambiaban el lema del colegio, unas veces era “el esfuerzo es el mejor camino para la fe” o “la constancia es un gran valor que hay que perder” o “si tienes fe lo conseguirás” pero lo que siempre tenían en común era su perspectiva religiosa de todas las cosas de la vida.

Mis padres decidieron incorporarme en ese colegio de monjas, donde todos menos el cura eran niñas e incluso no habían profesores sino maestras o profesoras, porque creían conveniente una buena base académica y este colegio me la podría facilitar. Recuerdo el comienzo de la etapa primaria como el comienzo del verdadero estudio, del dificultoso rendimiento, de los grandes sacrificios y en definitiva de la originaria vida estudiantil, ya que empezamos a tener tareas constantemente para hacer en casa, porque teníamos muchos conocimientos nuevos por aprender y solo éramos unas niñas que pensaban en jugar y divertirse, y no en estudiar. En primaria se tenía la costumbre de rezar antes de empezar las clases, a las 8:00 de la mañana, al medio día se rezaba el Ángelus y por la tarde el credo.

Siempre, a partir de los cinco años o también llamado preescolar, los niveles educativos estaban divididos en cuatro grupos denominados por el grupo A, el grupo B, el C y el D. En los primeros cursos de primaria, las aulas eran muy grandes porque habían muchas niñas y se necesitaba de mucho espacio, no sólo para que aprendieran en sillas y mesas sino que también para que jugaran allí mismo y así tenerlas a todas controladas. A partir de tercero de EGB las clases se convertían en unas clases sobrias, sin juguetes y con más niñas y menos espacio. Las profesoras iban cambiando cada año y la directora del centro era una monja muy rigurosa que siempre se ocupó de llevar el colegio por el “Buen camino del trabajo duro y constante”. Ella era bajita y de carácter muy fuerte, pero siempre intentaba cortar el silencio que dejaba a su paso con algún chiste sin gracia que provocaban risas de las alumnas “de mala gana”.

En primero de EGB me tocó recibir clases por parte de la maestra que se llamaba la Señorita Pino. Recuerdo que esta profesora me enseño que se puede aprender de una forma divertida a través de juegos, canciones, etc. A partir de segundo las cosas fueron cambiando y las profesoras exigían más. Recuerdo, como una parte de mi vida el paso por tercero de EGB, en ese año comenzaron muchos problemas que a la larga no me harían ningún bien. La profesora utilizaba métodos poco efectivos para beneficio del alumno, ya que se regía por una idea muy clara: aquella alumna que consiguiera unas buenas calificaciones, sería recompensada y aquella otra que no obtuviera buenas notas, sería castigada. Yo no era una niña con unas maravillosas notas, y era por eso que esos castigos, de vez en cuando, se me imponían. Los castigo eran castigos desmoralizadores, que a la larga dolerían más, es decir, desprestigiaba a la alumna delante de los demás.

A medida que fueron pasando los años y fueron cambiando las profesoras mi mentalidad cambiaba, me esforzaba cada vez más pero mis dudas aún seguían ahí. Nunca repetí de curso ya que siempre empezaba cada curso con algunos problemas de estudio pero al final siempre me esforzaba para conseguir buenas calificaciones. Todos los años se realizaban tres evaluaciones continuas, en la primera que ocupaba un cuatrimestre normalmente en mi caso era la más difícil, en el sentido de que al ser un contenido nuevo y no haber tocado ni un libro en las vacaciones de verano pues se me hacía muy difícil superarlo con buena nota. El segundo cuatrimestre, se notaba más el esfuerzo por superarme ya que eran más los contenidos y más la exigencia. Y por ultimo el tercer cuatrimestre era el definitivo, se hacía una media entre los otros dos cuatrimestres y con este se llegaba a una conclusión final. En ese momento se ponía mucho en juego, y era por eso que hacia lo imposible para superar los errores y así poder superar el curso sin problemas. Para el colegio, la actitud era un valor muy importante y decisivo a la hora de redondear las notas, hacia abajo o hacia arriba. Para las monjas el comportamiento de una alumna decía mucho de su carácter personal y de su rendimiento y esfuerzo académico. En mi caso, no tuve ningún problema en ese aspecto y que se me consideraba. A medida que pasaban los cursos las asignaturas eran más difíciles, ya que tenían más contenidos y esto se veía claramente reflejado en el boletín de notas que como cada cuatrimestre se nos entregaba y el cual tendría que ser firmado por ambos padres para que así constara su entrega... Si soy sincera, no añoro el pasado en la escuela, tan solo los momentos de felicidad al lado de mis compañeras o de alguna profesora.

1 comentario:

hookstefan dijo...

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